dijous, 23 d’abril del 2015

Historias sin final feliz (V)


Allá por el siglo V a.C. había un hombre, uno de los hombres más reputados de la sociedad en la ciudad en que vivía, un hombre de una gran riqueza y de gran prestigio. Pero ese hombre lo último que recuerda es estar siendo llevado a un acantilado por una gran multitud de gente. Recuerda que días anteriores una mujer enferma se presentó en su casa en busca de ayuda y que le invitó a entrar a su hogar, dónde preparó un remedio casero que había pasado de generación en generación. Recuerda que la llevó a una habitación donde había una cama preparada junto al fuego para calentar la habitación, que tumbó a la mujer en la cama y reposó durante un par de días. Cuando ésta se recuperó todo el mundo quedó sorprendido ya que había curado a una persona que estaba al borde de la muerte. En aquel momento la religión era muy dogmática y supersticiosa, cualquier suceso extraño se explicaba mediante brujería y se sentenciaba a muerte sin miramientos. El obispo de la ciudad quedó totalmente aterrado porque pensó que ese hombre que había curado asombrosamente a esa mujer sería un hechicero, por lo que se propagó el miedo por toda la ciudad. A partir de aquí algunos propusieron que fuera lanzado por el acantilado para saber realmente si era un hechicero o no.
Este hombre recuerda los gritos de una multitud de gente aporreando su puerta de roble macizo, recuerda la ira y el miedo en los ojos de aquella multitud enfurecida. Entre la multitud reconoce a la chica que había conseguido curar, en ella veía la preocupación y la tristeza que sentía, por el hecho de que la salvara y no la dejara tirada como otras personas habían hecho. Pero ahora estaba allí. Entre aquella multitud de gente también podía reconocer al obispo de la ciudad y a mucha más gente a la que había ayudado anteriormente. En aquel momento ese hombre no entendía el motivo por el que estaba sucediendo todo aquello. De pronto aquella multitud de gente se paró repentinamente. En aquel momento ese hombre supo que ya estaba al borde del acantilado. Recuerda cómo sin más dilación el obispo se dispone a recitar un discurso en el cual menciona que los actos de brujería están sentenciados con la pena de muerte, ya que Dios lo quiere así y así se hará. Antes de ser lanzado por el acantilado, el obispo dijo unas últimas palabras que se dirigía a la multitud de gente que se encontraba en aquel momento: “la única manera de saber si eres un hechicero o no es lanzándote al acantilado, si sobrevives eres obra del Anticristo, pero si mueres, morirás como buen cristiano y te acogerá la gracia de Dios”. Después de recitar aquellas palabras, aquel hombre fue lanzado por el acantilado. Pero aquel hombre, ese hombre ya no recuerda qué pasó…