dijous, 23 d’abril del 2015

Historias sin final feliz (III)

Otro día más de lluvia salía a por mi hermana pequeña. Iba por la calle, oscurecida a consecuencia de los nubarrones negros. Llegaba tarde como la mayoría de días, así que caminaba deprisa. Las gotas me caían por la cara, el viento movía mi pelo, la ropa se me iba apegando conforme más mojada estaba. Un coche paró en medio de la calle impidiéndome el paso. Solté un insulto y un chico alto bajó del coche cabreado pero con aspecto divertido: estaba jugando a algo. Le dije que no se acercara a mí, pero no me hacía caso y poco a poco iba avanzando diciendo con sarcasmo: ''¿Segura?''... Empecé a ponerme nerviosa, me estaba empezando a costar respirar y en mi mente solo veía la imagen de mi hermana sola, esperando mi llegada. Me puse tensa e intenté huir corriendo, el chico salió corriendo detrás mía hasta que me cogió del brazo y me pegó en la cabeza con algo muy duro. Creo que era algo metálico, el choque con mi piel fue realmente doloroso. Noté como salía un poco de sangre y me quedé inconsciente.
Cuando volví a abrir los ojos el dolor de cabeza era insufrible, me sentía morir cada vez que intentaba levantarme. Intenté situarme y vi que estaba en una habitación oscura y pequeña. Olía a humedad y era muy fría. Las paredes eran de una piedra grisácea que no recordaba haber visto en anterioridad. Estaba completamente vacía, sin ninguna entrada de luz excepto una ventana minúscula en la parte superior de una de las paredes. El suelo, que era del mismo material que las paredes, congelaba mi piel y me hacia encogerme cada vez más y más... Me puse a llorar... Pensaba más en mi hermana que en mí y, por mucho que quisiera, no podía hacer nada. Intentar salir era inútil, la puerta estaba cerrada con llave y la ventada, a parte de estar situada en una parte bastante elevada, solo dejaría pasar a alguien con el tamaño similar al de un gato. Era como una pequeña celda, pero sin absolutamente nada: las paredes y yo. Todavía llovía, podía oír como las gotas chocaban con el suelo de la calle, como de vez en cuando un rayo rompía el silencio del momento. Era lo único que me tranquilizaba un poco, me hacía recordar las tardes en las que jugaba con mi hermana en el parque dejándonos mojar por la lluvia, era lo que más nos gustaba, nos hacia sentir completamente libres, nos daba la oportunidad de estar en paz y soñar... Empecé a pegar vueltas por la habitación hasta que un chico al que no había visto nunca entró. Era alto, rubio, robusto y de piel blanca. En él asomaba una sonrisa maliciosa... me hizo salir de la habitación. Cuando salí, aunque con un poco de dificultad, vi a dos chicos más, cada uno me transmitía más miedo que el anterior, pero no conseguía ver al que me había pegado. Me tiraron al suelo y me ataron. Era una cuerda áspera y dura que me rozaba por todas partes y me hacía marcas, me dolía mucho pero intentaba aparentar ser fuerte... No sé si lo conseguía.
El suelo estaba sucio, mojado, creo que por alguna copa caída de alcohol. Se reían mientras daban ideas de qué hacer conmigo. Uno quería matarme, otro violarme y los otros dos ambas cosas. La cara, mojada por las lágrimas, intentaba mantenerla impasible. Se oyó un ruido muy fuerte y todos callaron. Vi cómo se acercaba el chico de la calle. Era moreno de ojos verdes, me cogió por la cuerda y me sentó en una silla mientras insultaba a sus amigos. Me dijo que todo podía acabar bien si yo luego no contaba nada del buen rato que íbamos a pasar. Tenía una voz profunda, hacía que mis pelos se pusieran de punta, todo mi cuerpo se ponía alerta cuando hablaba. Temblaba de miedo. Me quedé mirándole sin decir nada, apretando los dientes fuerte para no empezar a llorar. Se cabreó conmigo y me llevó a la habitación prácticamente a rastras. Una vez allí les dijo a los otros que nos dejaran solos un rato. Estábamos los dos, yo todavía atada y él con cara de diversión... Se sentó delante mía y se quedó mirándome durante un instante efímero. De repente, me arrancó la camiseta y no pude evitar soltar un pequeño grito y ponerme a llorar. No quería que aquello pasara y no podía hacer nada para evitarlo. Sentí sus manos frías en la espalda y cerré los ojos fuerte mientras lloraba amargamente...
Al día siguiente entre todos decidieron que no saldría nunca de ese horrible lugar. Me dijeron que me iban a matar y me preguntaron directamente de qué manera prefería morir. Solo fui capaz de romper a llorar. ¿Que qué sentía? ¿Miedo? ¿Rabia? ¿Impotencia? ¿Dolor? Realmente qué más da. El caso es que nunca más salí de allí... ¿Qué sería de mi hermana?