dimecres, 11 de juny del 2014

El museo Alejandro de Médicis

El museo Alejandro de Médicis
Un caluroso mes de agosto Rosalie Coppi dio a luz a un niño en un pequeño pueblo de la Toscana. Ese niño era yo, Massimo Morelli. Mi madre era una mujer llena de bondad que en absoluto se merecía estar casada con el terco de mi padre. Además, poseía una belleza que provocaba en mí y en el resto de personas un efecto hipnótico que te impedía quitarle el ojo de encima. Mi padre era natural de Florencia pero vivíamos en un pequeño pueblo porque mi madre no soportaba el ajetreo de las ciudades .Mi padre, trabajaba en la banca y contaba con un gran prestigio. A pesar de esto, el solía odiar su trabajo, ya que le acarreaba algunos problemas.
La mayor parte de mi infancia la pasé en aquella pequeña aldea. Mis padres, cuando apenas tenía dos años se encargaron de que recibiera la mejor educación que nos podíamos permitir.
Mi mayor diversión, la compartía con mi padre y era la historia y el arte. Siempre que podíamos visitábamos museos, bibliotecas, etc… Me encantaba la historia y a mi padre le apasionaba contármela
Con ocho años descubrí que acabaría dedicándome al mundo de la historia y el arte, cuando por primera vez visité la galería Uffizi. La Galería Uffizi se encuentra en Florencia y alberga las obras de arte de la magnífica colección de los Médicis. Esta Galería se construyó por miedo de la familia Médicis de que su colección fuera trasladada a Viena. Los Médicis, eran una familia florentina que ejerció el mecenazgo y provocó el despegue del Renacimiento.
Más tarde llegó el momento de ir al instituto. El primer curso fue el peor sin duda. Apenas conocía a nadie y encontrar amigos se convirtió en una pesadilla para mí. Además odiaba estudiar algo que no me gustaba, lo consideraba una pérdida de tiempo. Al final del curso ya me había adaptado por completo a este nuevo mundo. A mi adaptación contribuyó mi pandilla de amigos, la cual me ha acompañado en todos los momentos de mi vida. Aquel verano fue muy intenso ya que nos mudamos a Florencia. Vivíamos en un bloque de pisos situado en el centro de la ciudad. En aquel bloque conocí a una señora mayor, que se convirtió en una gran amiga. Mi amiga Renata trabajaba antiguamente en la galería Uffizi y me contó aquel verano muchas historias sobre los Médicis , Leonardo Da Vinci y otros.
Los siguientes años me pasaron volando. Durante el curso estudiaba y disfrutaba con mi pandilla de amigos y en verano me trasladaba a vivir a Florencia con Renata.
Por fin llegó el momento de ir a la Universidad. Decidí estudiar historia en Florencia y mudarme a vivir con Renata .Pero un mes antes de que empezara el curso, su hija nos informó que había fallecido por lo que mis padres decidieron que era mejor internarme en un colegio mayor
En la Universidad hice nuevos amigos, pero lo mejor sin duda fue conocer a Elena. Elena no estaba estudiando en la misma Universidad, la conocí de casualidad en la biblioteca. Ella estaba haciendo un trabajo y había cogido una enorme pila de libros que le impedían ver y a mí me impedían verle la cara. Yo, como de costumbre estaba totalmente despistado buscando un libro sobre la Capilla Sixtina. Sin querer, ella tropezó conmigo y ambos nos dimos un buen batacazo. la ayudé a levantarse y trasladar sus libros a la mesa me di cuenta de que era preciosa. Tenía un largo cabello castaño y ondulado, casi siempre iba despeinada. Esto hacía que apenas se le pudiese ver el rostro, pero sus ojos de color aguamarina se podían ver desde lejos. Decidí invitar a Elena a tomar un café. Era encantadora pero a su vez muy inocente, le costaba ver el lado malo de las cosas. Al igual que yo Elena no era de Florencia, procedía de un pequeño pueblo de la Toscana. Su familia poseía una importante bodega que era conocida en toda Italia y además poseían enormes extensiones de viñas. Elena estaba estudiando económicas para reemplazar a su padre cuando este se jubilara.
Sin Renata en Florencia y mis padres y amigos lejos de mí, Elena se convirtió en mi mejor compañía. Nos gustábamos por lo que no tardamos en empezar a salir. Ella me propuso mudarme a vivir a su piso que era más espacioso y estaba muy bien situado. Y así lo hice; decidí dejar el colegio mayor y nos mudamos a vivir juntos.
Pensé que debía presentar a Elena a mis padres y Elena hizo lo mismo. Elena me presentó primero a sus padres. Desconocía que Elena y su familia vivían en el pueblo de Vinci.
Vinci es un pueblo de unos 14000 habitantes situado a pocos quilómetros de la cuidad de Florencia. La fama de Vinci es debida a que es el pueblo donde nació el genio florentino Leonardo Da Vinci. La familia de Elena contaba con unos terrenos enormes llenos de viñas y una masía gigantesca en donde se situaba su casa y también una bodega subterránea. Conocí a su familia: sus padres y sus cuatro hermanos.
Su padre era un buen señor muy humilde el cual me contó que la familia de Elena tenía descendía de la de Leonardo Da Vinci. Realmente quienes más miedo me daban eran sus cuatro hermanos .Elena era la única hermana que tenían y además era la más pequeña por lo que no tardaron en advertirme que como le causara alguna molestia a su hermana porque si lo hacía, se ocuparían de mí. Su madre era un vivo retrato de Elena pero con unos cuantos años más. Después de las presentaciones comimos todos juntos y por la tarde Elena me enseñó todas las viñas .También su padre me enseñó la magnífica bodega subterránea y me contó sus planes para ampliarla. El padre de Elena y yo teníamos en común nuestro interés por la historia y por los grandes genios como Da Vinci , Miguel Ángel… Él me enseñó la casa donde había nacido Da Vinci y me contó ciertas curiosidades sobre su vida. Su padre y yo empezamos a confiar mutuamente, y me contó una leyenda que circulaba por el pueblo de Vinci desde hacía centenares de años. La leyenda contaba que la familia florentina de los Médicis tenía miedo de perder todas las obras de su valiosa colección. Como ya he relatado más atrás la familia de los Médicis temía que el impero austríaco, que dominaba la Toscana en aquella época, decidiera trasladar la valiosa colección a Viena. Por ello creó la galería Uffizi; pero además según contaba la leyenda, los Médicis escondieron parte de su obra en unas galerías subterráneas del pueblo de Vinci.
Esta leyenda, desde muchos años atrás, había atraído al pueblo a centenares de busca- tesoros que marcharon sin éxito. El padre de Elena me afirmó que aquella leyenda, según muchos expertos, era un farol de los Médicis para presumir de tener una colección mucho más extensa de lo que en realidad era. Muchos hombres se habían arruinado inútilmente intentando utilizar técnicas novedosísimas para encontrarlo.
De aquella leyenda no volvimos a hablar en todo el viaje. Elena y yo nos marchamos a visitar a mis padres. En mi pequeño pueblo nos quedamos unos días y así presenté a Elena a mi familia y amigos.
Al acabar la carrera decidí especializarme en la investigación sobre la labor de mecenazgo de los Médicis. Los Médicis y su colección me acabaron obsesionando. Aquella familia escondía muchos misterios y mi intención era resolverlos. Solía investigar en la galería Uffizi intentado encontrar más información y también en la biblioteca de Florencia.
En este proyecto no estaba solo contaba con la ayuda de un amigo de la carrera Bruno. Él trabajaba de un modo diferente al mío. No tenía curiosidad de historiador sino más bien ambición de busca tesoros, pero a pesar de eso confiaba en él. Un día Bruno y yo nos dirigimos a la biblioteca de Florencia para seguir nuestra investigación. Me dirigí a una de las muchas estanterías y de ella cogí un libro muy antiguo encuadernado en piel. Aquel libro me parecía que tenía cientos de años. De repente algo se cayó de su interior. Lo cogí del suelo. Era una especie de diario, que contenía un mapa.
-Bruno!- susurré -Mira que acaba de caerse de esta preciosa antigüedad-.Bruno me hizo un gesto para que nos largáramos así que me escondí el mini diario en el forro de la chaqueta. Nos despedimos de la bibliotecaria con amabilidad y cogimos el primer taxi que vimos hasta mi casa. Aquella noche el tiempo era muy desapacible y Elena había salido a cenar con sus amigas. Observamos el pequeño diario con atención y descubrimos que estaba firmado por Alejandro de Médicis. Éste es uno de los hermanos más famosos de la familia. Su fama trascendió a lo largo de la historia porque murió bajo extrañas circunstancias; al parecer fue asesinado por su primo Lorenzino de Médicis.
-Está claro que el bueno de Alejandro escondía algo- declaró Bruno.-Sí y debe ser algo muy serio para no poder compartirlo con su familia. Además por lo que puedo ver en el mapa estamos delante del escondite de algo muy valioso. –Mascullé- y nos quedamos en silencio. A continuación decidimos leer lo que había escrito Alejandro de Médicis: “Espero que esto jamás llegue a manos de mi primo el traidor Lorenzino el cual traicionó a toda la familia por su codicia y ambiciones. Por este motivo me vi obligado a esconder parte de la colección de mi familia ya que corría peligro de ser entregada por el traidor a los austriacos. Con este hecho demostré la lealtad hacia mi familia que muchos creían inexistente al ser hijo ilegítimo de mi padre. Al escribir esto sé que mi vida corre peligro y probablemente acabe pronto.
Alejandro de Médicis, Florencia 14 de diciembre de 1436”
-Vaya, vaya…El propio Alejandro sabía que iba a morir a manos de su primo-dijo Bruno y yo añadí- Lorenzino mató a su primo porque necesitaba su muerte para recuperar la república. Pero lo que no sabía Lorenzino era que al matarle Alejandro se llevó a la tumba un secreto que acabaría atormentándole-.
Eran las cuatro de la madrugada por lo que decidimos descansar y ya continuaríamos el día siguiente con una excursión.
Al día siguiente Bruno y yo nos dirigimos a un pueblo que aparecía marcado con una “x” en el mapa de Alejandro de Médicis. Fiesole se encuentra a pocos quilómetros de Florencia situado en una colina desde donde se obtienen unas maravillosas vistas de la ciudad. El mapa nos condujo a Bruno y a mí al teatro romano. Allí, según el mapa de Alejandro encontraríamos pistas sobre el paradero de parte de la colección.
-El mapa indica que debemos ir a una especie de patio porticado situado detrás de la escena-informé a Bruno y en silencio nos dirigimos hacia el patio porticado. Al llegar empecé a explorar las columnas en busca de algo fuera de lo normal y lo encontré. En la parte posterior encontré una piedra que se podía retirar y al hacerlo encontré un pequeño cofre. Lo forcé y en su interior encontré otro fascículo del diario de Alejandro que además contenía otra especie de mapa. Cuando me volví para mostrarle el intrigante hallazgo a Bruno, observé que no estaba. Pero de repente, lo vi aparecer con una pandilla de hombres corpulentos.
-Bien, Massimo tu juego ya ha acabado-dijo Bruno-Ahora deja trabajar a los que saben- .Éstas fueron las últimas palabras que recuerdo de Bruno ya que desperté en el teatro romano tirado en el suelo, lleno de magulladuras y sin el fascículo del diario de Alejandro. Salí de aquel lugar y me dirigí hacia mi coche y puse rumbo a Florencia. Al llegar a casa Elena estaba muy preocupada porque no le había contestado al teléfono y Bruno tampoco. Seguidamente decidí contarle lo sucedido. Aquella noche decidí que no iba a darme por vencido y que iba a continuar buscando la colección. Quizá no tenía el fascículo del diario de Alejandro, pero contaba con algo que poseen pocos, memoria fotográfica. A pesar de la paliza que recibí, recordaba perfectamente el lugar que estaba marcado con una “x” en el mapa y decidí ir un paso más allá. Así que, me levanté de la cama, me quité el pijama, me vestí y me dirigí a los famosos jardines de Bóboli. El mapa marcaba concretamente la fuente de Neptuno. Después de darle varias vueltas a la fuente y observarla con detenimiento bajo la luz de mi linterna no vi nada fuera de lo normal. Pero empecé a caminar alrededor de ella y encontré una especie de trampilla. Al principio supuse que escondía la maquinaria de la fuente pero decidí bajar a investigar. Aquella trampilla escondía mucho más que el mecanismo de una fuente. Observé que había un pasadizo y continué a través de él. Se me hizo interminable pero al final llegué al final del camino y encontré otra trampilla. La abrí y me encontré con una habitación muy recargada, posiblemente se trataba de un castillo o un palacio. Al rato me di cuenta que me encontraba en una de las estancias del Palacio de Pitti que pertenecía a la familia Médicis. Aquella estancia resumía el poderío de los Médicis, me encontraba en un despacho , con una pequeña librería ,las paredes tapizadas y llenas de retratos y en la parte central una mesa espectacular que debía estar valorada en miles de euros. Después de observar asombrado la habitación decidí que probablemente la siguiente pista se encontrara en la espectacular mesa. Sintiéndolo mucho, tuve que forzar los cajones ,exploré la parte posterior por si escondía alguna parte hueca pero no obtuve ningún resultado así que decidí meterme otra vez en la trampilla. Pero justo cuando ya había levantado la trampilla observé que una pata de la mesa era de diferente color. Aquella pata estaba hueca así que la abrí y encontré el siguiente fascículo del diario de Alejandro. En él Alejandro explicaba que la mesa era una réplica y que la verdadera podría hallarla en la colección. Como siempre el fascículo llevaba con él un mapa que en esta ocasión me llevaría al barrio de Oltrarno, concretamente a la calle Maggio. Pero antes decidí volver a casa y descansar.
La mañana siguiente le conté a Elena todo lo que había sucedido aquella noche y la convencí para que me acompañara a la calle Maggio. Me parecía extraño que Alejandro escondiera otra pista en aquel barrio y a la vez me asustaba la idea ya que todos los palacetes de aquella calle habían sido reformados en los 70.Llegamos a la calle y buscamos el palacete de la familia Pazzi, rivales de los Médicis. Aquel palacete era más bien un castillo ya que era inmenso. Contaba con un jardín típico italiano en el cual se encontraban numerosas esculturas. Parecía que en el ya no habitaba nadie pero comprobamos que no era así ya que un vecino nos contó que se había convertido en la residencia de verano de una familia muy adinerada rusa. Llamamos al timbre, nos abrieron y nos recibió el dueño. El dueño era un tipo enorme con las manos llenas de anillos y un semblante frío. Éste nos contó que la casa había sido remodelada y que solo se habían conservado las esculturas y la fuente del jardín y la enorme escalera de la casa. Elena le preguntó al enorme ruso que si al hacer la reforma habían encontrado algo misterioso. El ruso asintió y nos contó que la chimenea de la biblioteca escondía otra biblioteca en su interior. El enorme ruso nos condujo hasta aquella biblioteca. Aquello no era una biblioteca era una sala llena de información sobre los Médicis, contenía planos de todas sus propiedades e incluso un árbol familiar en el que pudimos identificar a Alejandro de Médicis y su primo. Al instante comprendí que la pista que Alejandro nos daba era aquella habitación, por lo que en aquellos planos debía encontrarse el lugar donde escondió la galería. Decidí hacerle fotos a los planos y Elena y yo volvimos a nuestra casa. Dar con el lugar donde se encontraba la galería era prácticamente imposible ya que contaban con decenas de propiedades.
Pero después de toda la noche observando las fotografías me di cuenta de que la familia poseía una cripta en el pueblo de Vinci. Aquel plano me tuvo toda la noche en vela pensando que posiblemente la leyenda que me contó mi suegro era verdadera. Al día siguiente Elena y yo fuimos a Vinci. Al llegar me reuní con mi suegro que se encontraba en la bodega supervisando las obras de ampliación y le informé sobre el plano que había encontrado. Él, sorprendido, me dijo que esto confirmaba que la leyenda no era falsa y que dicha galería existía. Mi suegro me enseñó las obras de ampliación de la bodega con nosotros se encontraba un albañil que estaba picando para poder ampliar una de las salas. De repente me di cuenta que la piedra que salía al picar era diferente más antigua.
-Puede picar un poco más abajo-dije al albañil y éste me hizo caso y descubrimos que se formaba una especie de arco. Después le dije que continuara picando evitando picar la piedra más antigua. Cuando ya habíamos picado lo suficiente el sonido al golpear no era el mismo.
-Está hueco, aquí detrás se esconde algo, sigue picando-dije en voz alta mientras mi cabeza se volvía loca intentando imaginar lo que podía haber detrás. El albañil continuó picando y la pared se rompió y exhaló del interior un polvo muy denso generado por el centenar de años que aquello había estado sellado.
Puedes irte Michael ya ha acabado tu trabajo, gracias-dijo mi suegro, que vio más oportuno que el albañil no se enterara de lo que podía esconder aquello.
-Vamos hijo-dijo mi suegro y empezamos a picar los dos hasta conseguir derrocar aquel muro. Al fin lo derrocamos por completo, no conseguía ver nada en el interior así que cogí una linterna y me adentré. Al principio lo único que lograba ver era polvo pero después vi aquella maravillosa mesa cuya réplica estaba en el palacio de Pitti. Invité a mi suegro a pasar y los dos empezamos a observar la espectacular colección y al mismo tiempo íbamos sacándolas al exterior. De repente escuché un fuerte estruendo y empezó todo a temblar, mi suegro estaba más lejos de la salida que yo y estaba intentando coger la mesa. Cogí todas las obras y las saqué .Mi suegro continuaba intentando sacar la pesada mesa.-Venga, ¡salga de ahí!-grité. Mientras él intentaba sacarla. Decidí entrar y ayudarle.-No, ¡Mássimo no entres!-gritó mi suegro .Pero entré y le ayudé a sacar la mesa pero empezaron a caer piedras, no teníamos tiempo teníamos que salir cuanto antes. Empujé a mi suegro al exterior pero a mí me cayó una piedra enorme en el pie, estaba atrapado. Me había roto el pie, tenía toda la pierna sangrando y no dejaban de caer piedras. Del exterior podía escuchar los gritos de Elena y de mis suegros. No lograba quitar la piedra de encima de mi pie y las piedras no cesaban de caer, además el polvo me estaba asfixiando. Tenía que salir de aquello, pensé, y decidí moverme y de algún modo lo hice .Arrastrándome me movía hacía la luz y los gritos. Después lo último que recuerdo fue que alguien estiró mis brazos y me sacó al exterior. Al cabo de un día inconsciente me desperté en el hospital, con la pierna en alto la cabeza vendada y me dolían partes de mi cuerpo que no sabía ni que existían. Estaba Elena, mis padres y mis suegros. Cuando desperté todos se alegraron y lo primero que hice fue preguntar por la colección. Mi suegro me dijo que estaba a salvo y que fuera pensado un lugar donde poder exponerla. No podía creerlo, una leyenda que creía imposible era verdadera y además aquella colección tenía un valor incalculable. Cuando salí del hospital informé a las autoridades del hallazgo y salió en toda la prensa. Muchos museos me ofrecieron exponer la colección en ellos .Pero con el consenso de mi familia decidimos comprar el antiguo monasterio y cárcel Le Murate, y allí instalamos la enorme colección. Yo me convertí en el dueño del museo al que le pusimos el nombre de Alejandro de Médicis. En honor a la persona que permitió que está colección se conservara y fuera encontrada.

Andrea Catalá
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