dijous, 7 de juny del 2012

Sesenta y tres

Todo me iba bastante bien, había conseguido todo lo que me había propuesto en la vida. 
Tras casi siete años sin hablarme con mi padre, una mañana de septiembre, mi madre me llamó por teléfono contándome que habían ingresado a mi padre en el hospital del pueblo, porque le habían diagnosticado algunos síntomas extraños. Me preparé lo necesario y me fui tan rápido como pude hacia Parla.
Después de una hora de viaje toda intranquila, llegué a la casa donde me había criado. Dejé las cosas y fui al hospital enseguida. A la primera persona que me encontré fue mi madre, nos abrazamos y empezó a llorar. La tranquilicé y me explicó que le habían diagnosticado la enfermedad de Erdheim-Chester, y si no lo trataban en pocos meses mi padre moriría. Nos tomamos un café y me explicó que la enfermedad era extremadamente rara, difícil de tratar y sobre todo, muy cara. Nos acabamos el café, y subimos a la planta de arriba.
La primera impresión al ver a mi padre, fue totalmente distinta a la que me esperaba, estaba ahí, sentado en la silla, pálido, tembloroso y con la mirada perdida. Me miró y sus primeras palabras hacia mí, fueron:
Lo siento.
No tienes que sentirlo, no pasa nada, ya está, ya ha pasado todo, no tenemos por qué recordarlo, ahora solo importa que estamos aquí.- le dije con los ojos medio llorosos, con unas ganas de llorar tremendas, pero siendo lo más fuerte que podía para no desesperarlos a ellos.
Mi padre era un hombre de palabra y tenía las ideas muy claras. Quería que yo, que era su única hija, estudiara en la universidad la carrera de arquitectura, que tenía muchas salidas. A mí me gustaba mucho más la idea de estudiar historia del arte, mi padre me decía que eso eran tonterías, que él no había estado trabajando desde los catorce años para que yo no pudiera trabajar de buena manera. Mi padre pensaba de manera que, para él todo aquel que estudiaba ciencias, como los matemáticos, los médicos, los arquitectos y de más eran mejores que los que estudiaban historia y sólo hacían que descubrir cosas de tiempos pasados, que no nos interesaban.
En cambio, yo era totalmente distinta a él, desde pequeña me habían gustado más las letras, que las ciencias. Me encantaba saber el pasado del sitio donde vivíamos, en mis clases de historia siempre estaba atenta y después sacaba muy buenas notas.
Mi madre, siempre había apoyado mis decisiones en los estudios, le daba igual que yo fuera médica, arquitecta o historiadora, a ella le importaba que yo fuera feliz. De pequeña siempre había sido mi padre el que me había reñido, y ella después me tranquilizaba.
De manera que me iba haciendo mayor, mi padre me intentaba comer la cabeza con los estudios, y yo le daba la razón para evitar discutir. Mi madre y yo pactamos que, yo estudiaría historia del arte, y le diríamos a mi padre que estaba estudiando arquitectura, como mi padre quería. Entré en una universidad de Madrid, y como estaba viviendo allí me evitaba que mi padre viera libros y de más. Al mes de estar en el primer año, volví un fin de semana al pueblo para estar con mis padres. Ayudé a mi madre a hacer la comida, y hablando de lo contenta que estaba con mis estudios y todo lo que me gustaba estudiar todo aquello, de repente mi padre entró a la cocina y lo escuchó todo. Me quedé paralizada, sin saber qué decir, y desde entonces no me dirigió la palabra. Me acabé acostumbrando, ya no iba a mi casa, simplemente iba a ver a mi madre, y a él lo veía de lejos. No se enfadó por haber elegido otra carrera, simplemente por el hecho de mentirle y que mi madre me cubriera. A mi madre sí que le hablaba, porque fui yo la que le dije que me cubriera hasta ver el momento exacto para contárselo a mi padre.
En el hospital, la enfermera nos explicó quién debía hacer la operación y cuales eran las probabilidades de que mi padre muriera o sobreviviera. La operación valía noventa mil euros, dinero del cual no disponíamos, más los costes de rehabilitación en un centro especializado.
Estuve hablando con mi madre y decidí volverme a Madrid, a buscarme algún trabajo en el que pudiera ganar al menos algo de dinero y buscarme un poco más la vida para que pudieran operar a mi padre. Me hice la maleta y me fui directa a Madrid.
Allí, yo vivía alquilada, y como veía que era un gasto al mes, decidí alojarme en un hostal de mala muerte en el centro para poder ahorrarme dinero. Vendí algunas joyas de mi madre y mías, pero no conseguí recaudar mucho dinero. Seguía tirando a diario currículums por si me llamaban en algún sitio empezar cuanto antes.
Una mañana, me sonó el móvil:
¿Si?
¿Daniela?
Soy yo, ¿quién es?
Mire, soy Yago, le llamaba por el currículum que ha llegado a la puerta de mi pub y necesitaba una camarera urgente, ¿le parece que nos veamos en mi pub, y a ver si le gusta el trabajo?
Claro, ¿le parece bien a las seis?
Perfecto, el pub 73, de la calle Monte.
Después de comer, llamé a mi madre para contarle que había encontrado algo, que la llamaría al acabar la entrevista y le contaría. Me dejé caer en la cama, me duché, me arreglé y me fui al pub donde había quedado con Yago.
Al llegar al pub entré decidida y me impresionó mucho aquel ambiente, estaba bien, una barra curvada, muy elegante todo, sofás con mesas para tomar algo, unos taburetes altos plateados que le daban un toque más moderno al pub, estaba muy bien decorado y daba muy buena impresión. Me acerqué a la barra y pregunté al camarero, que tendría unos cincuenta años, por Yago. Estaba sentado en una mesa cuando el camarero, que se llamaba Vicente,  lo llamó para que se acercara. Yago se acercó y le expliqué que era Daniela, la del currículum. Me atendió me hizo una pequeña entrevista para ver qué sabía preparar y le preparé un coctel riquísimo, ya que de pequeña mis abuelos tenían un bar y a mí siempre me habían gustado las mezclas y me enseñaron a hacer. Les impresioné y me contrató enseguida.
Al volver al hostal en el que estaba pasando los días, estaba allí la policía, pregunté que pasaba. Unos ladrones habían entrado y habían destrozado todo lo que pudieron, incluso entraron a algunas habitaciones rompiendo las puertas y robando todo lo que había. Una de esas habitaciones era la mía, me robaron la maleta entera, con toda la ropa, con todas las tarjetas y algún dinero que había podido coger de lo que había vendido. Me puse fatal, lo había perdido todo en las pocas horas que había salido. El chico del hostal nos dijo que podíamos quedarnos, y cuando tuviéramos dinero todos los que nos habían robado, pagarle.
Esa misma noche fui al pub donde me habían contratado, a despejarme un poco. Le conté a mi jefe lo que me había pasado, y me dio un adelanto del sueldo, pero con ello no podía comprarme ropa y ahorrar para la operación de mi padre. Me presentó a un chico que solía pasar por el pub habitualmente, ya que era muy buen amigo de Yago. Hice buenas migas con él y me llevó al hostal con su coche después de haber estado toda la noche hablando.
Alessandro era italiano, aunque se mudó a Madrid cuando era pequeño, con su madre, tras la separación de sus padres. Era un arquitecto bastante famoso, y con el proyecto en que estaba trabajando si todo salía bien, lo sería aún más. Al final de la noche nos despedimos y dijimos que volveríamos a vernos en el pub.
Yo, seguía estresada con lo de la operación, cada día iba a peor, llamaba a mi madre, todo seguía igual, mi padre no mejoraría si no era por la operación. Mi jefe, me preguntó que si tenía un buen día, le dije que con todo lo que me estaba pasando era imposible tenerlo, que no sabía cómo era la forma más rápida de ganar noventa mil euros, en pocos meses. Yago me pidió que me sentara en la mesa, que íbamos a hablar seriamente. Me preocupé, pensándome que algo iba mal y que podía echarme a la calle. Me intentó tranquilizar, me dijo que él tenía una forma bastante rápida de ganar dinero, pero que antes de entrar en un mundo como eso, tenía que tener las cosas muy claras. Él vivía con tres mujeres: Adriana, de unos veinte años, Inma, de treinta y pocos, y Lola, de casi cincuenta. Las llamaba “sus chicas”, que eran prostitutas de lujo, cobraban unos cinco mil euros por hora, y veinticinco mil por un día entero.
En ese momento, me quedé sin palabras, la verdad es que no aparentaban para nada trabajar en lo que trabajaban. A mí ni se me pasó por la cabeza entrar en ese mundo, pero me propuso conocerlas. Acepté, y subí a su casa que estaba cerca del pub 73.
- ¡Chicas, ya estoy aquí! - gritó Yago, haciendo asomarse a Inma por la barandilla de la escalera, a Lola pararse antes de entrar a la cocina, pero Adriana ni se inmutó, estaba fumando un cigarrillo en el sofá, con los auriculares puestos, con la música a toda voz.
- ¿Quién es ésta? – dijo Lola con un tono un tanto estúpido.
- Ésta, tiene nombre y se llama Daniela, sé un poco más educada, por favor. – me defendió Yago.
- ¡Hola Yago! – bajó sonriendo Inma desde el piso de arriba – ¿qué tal el día en el 73? – le dio un beso y me saludó dándome dos besos en la mejilla.
- Ella es Daniela, la nueva camarera del 73, Inma, enséñale un poco la casa, y si puede ser déjale algo de ropa, que en el hostal donde está le han robado todo lo que tenía.
Inma asintió con la cabeza, me miró, empezó a subir las escaleras y yo, la seguí. Me dejó toallas para que me diera una buena ducha y me enseñó su vestidor, ofreciéndome la ropa, podía coger lo que quisiera.
Al salir de la ducha, fui al vestidor, y empecé a sacar modelitos y a probarme algunos de ellos. Me fascinaba ver tanta ropa, y todo eran vestidos que se veían en gente muy rica, no podía creer que podía estar viendo todo eso, pero a pesar de tantos vestidos, cogí unos vaqueros y una camiseta básica roja.
Bajé de nuevo al salón y Inma me halagó diciéndome que iba muy guapa y que me quedaban muy bien esos vaqueros. Volví al pub 73, acabé mi turno y me fui al hostal de nuevo.
Esa noche, no pude dormir, el vestidor de Inma se había quedado grabado en mi mente, pensando como podía haber tanta ropa. Sería por lo que cobraban trabajando, me puse a hacer cuentas y con unos veinte clientes tendría para la operación y con unos pocos más, para la rehabilitación.
Al amanecer me arreglé, desayuné en un bar que había cerca del hostal y fui directa al pub, para hablar con Yago. Le conté que había estado pensando todo lo que me había dicho y que quería hacerlo, así tendría pronto el dinero y seguramente me sobraría dinero para necesidades mías. Me miró extrañado, no se podía creer lo que le estaba diciendo y me preguntó varias veces si estaba segura de las palabras que salían por mi boca. Ante todo, me propuso mudarme con ellos, para estar con mucha más confianza. Acepté, fui a recoger lo poco que tenía en el hostal y llegué a la casa. Tenía una habitación para mí, bastante grande, con un armario con mucho espacio, aunque vacío, pero me acogieron como si me conocieran de toda la vida.
Observe durante dos o tres días como Yago no paraba de hablar por teléfono con clientes, y las chicas se iban, volvían, aunque no muchas veces al día, pero cuando no estaban ocupadas, siempre se iban de compras y volvían con cosas que eran realmente caras.
Me costó mucho decidirme, hablé con Yago, y me propuso, como primer cliente a Alessandro, ya que me había visto en el bar hablando con él, y decía que era un cliente suyo desde hacía tiempo. Acepté, un poco avergonzada, ya que era un chico bastante guapo, y demasiado famoso y adinerado. Me invitó a unas copas, y después fuimos a su apartamento, nos tomamos la última y subimos a la habitación. Yo estaba demasiado nerviosa, así que él, empezó besándome poco a poco, bajándome los tirantes del vestido y seguía besándome por los hombros, acabamos desnudándonos, dentro de la cama y haciéndolo. Terminamos, me pagó, me llevó a casa y nos despedimos.
La verdad es que para ser la primera vez, fue bastante bien, él intentaba hacerme pensar que yo no era eso que era y él, en sí, me tranquilizaba bastante, me daba mucha seguridad. Pero a pesar de todo eso, no me podía creer lo que acababa de hacer, estaba vendiendo mi cuerpo por dinero, nunca había imaginado que llegaría a ese extremo, bajo ningún caso, pero en ese momento, necesitaba mucho el dinero. Así que nada más llegar me fui a la ducha enseguida y al salir de la ducha me acerqué al váter y vomité. Supongo que sería la situación de asco en ese momento, porque era lo único que sentía hacia mí, asco, mucho asco.
Tras sentirme un poco mejor, me acosté en la cama, y me quedé pensando, mientras me caían unas pocas lágrimas por mi cara, en todo lo que había vivido hasta ese momento, había tenido una vida bastante normal y no podía quejarme de nada, y nunca hubiera querido acabarla así. Me quedé dormida pensando, tan profundamente, que no me desperté ni a la hora de cenar, sino a la mañana siguiente.
Bajé a desayunar y como siempre, Yago, tan pendiente de mí me preguntó cómo estaba, cómo me había ido la cita, y todo el rollo. Le conté lo que me había pasado y me tranquilizó, me dijo que era normal, que las primeras veces de toda experiencia solían ser penosas, y más una cosa así - al final te irás acostumbrando-, me repitió varias veces.
Pasaron los días, días que se me hacían eternos, pero al final ya era rutina, cobrar, recoger gran parte del dinero, y a veces me daba algunos caprichos. Tenía varios clientes, pero el que más repetía conmigo, era Alessandro. Me llamaba varias veces por semana, yo avisaba a Yago, me daba permiso y me iba con él.
Algunos fines de semana iba a ver a mis padres, al pueblo, les hacía una visita, les comentaba que mi trabajo me iba bastante bien y que no teníamos que esperar mucho para poder pagarlo todo, hablamos con los médicos del hospital y les comenté que ya tenía gran parte del dinero, me dijeron que podían operarle entonces, y que ya pagaríamos el resto que era muy poco, después de todo lo que costaba la operación y demás. Mi madre y yo aceptamos enseguida, y en cuanto pudiesen, lo operarían.
Cuando llegaron mis últimos días de trabajo, que sólo me quedaban mil euros para tener todos los gastos de la operación y de la rehabilitación, me fui con mi último cliente, que también fue el primero. Al comentarle que era el último, que por fin me dejaría ese trabajo, me llevó a un hotel, y estuvimos demasiado a gusto, diría yo, nos sirvieron champán, nos trajeron postres, y todo muy bien. Al terminar la “cita”, me llamaron del hospital, tenía que ir lo más rápido posible al pueblo. Yo estaba muy asustada, Alessandro intentó tranquilizarme y al ver que yo no podía conducir en ese estado, insistió y me llevó al pueblo. Se esperó en la puerta del hospital.
Entré a la habitación y vi a mi madre llorando, la cama vacía, ni siquiera pude entender lo que me decía de tanto que lloraba. Me fui enseguida a preguntar por el médico que atendía a mi padre. Lo encontré y me dio la peor noticia de mi vida:
Lo siento, no pudimos hacer nada, en mitad de la operación se complicaron las cosas y no hubo manera de salvarlo.- con eso me dio el pésame y yo salí del despacho, con la cara blanca, con lágrimas por mi cara, y dirección a la habitación donde se encontraba mi madre para poder abrazarla.
Mi madre no podía parar de llorar, la acerqué a casa, le dije que se acostara y que yo iría a la ciudad a recoger las cosas y volvería para estar con ella.
Alessandro, me volvió a llevar a la ciudad, le di las gracias, e insistí en que ya podía conducir y que no hacía falta que me volviera a llevar al pueblo. Les di la noticia a Yago, Adriana e Inma, ya que Lola no se encontraba en la casa. Me abrazaron, Yago insistió en que si quería volver que esa era mi casa. Pero me largué de ese lugar, de una vez por todas.
Volví a mi casa con mi madre, los días siguientes fueron eternos, todo el mundo pasando por casa lamentando algo que ya era imposible lamentar, y nosotras agradeciendo a los vecinos todo el apoyo que estaban dándonos en ese momento.
La gente solía preguntarse de dónde había sacado tanto dinero en tan poco tiempo, yo mentía diciendo que me hicieron pruebas y las pasé para ser modelo. Mi vida, desde entonces, era una gran mentira, por la que yo lloraba todos los días por todo lo que hice para que la vida me lo pagara de tal manera.
Algunas veces la vida no da segundas oportunidades, o por lo menos a mí no me la dio.

Ruth Quiles